Salud, Sanidad y Cuidados en la Europa del siglo XVI (I): Salud

Por Javier Segura del Pozo
Médico salubrista

Continuamos nuestros repaso histórico que iniciamos en la Europa de la Baja Edad Media (ver: la salud en la Baja Edad Media europea, qué formas de atención sanitaria predominaban y cómo se articulaban los cuidados familiares y comunitarios). En las tres próximas entregas veremos cómo el fascinante siglo XVI, que inició la Edad Moderna, fue un siglo de transición. Hoy comprobaremos que aunque seguían imperantes las concepciones humoralistas, naturalistas y mágico-religiosas de la enfermedad, se abrió paso un nuevo paradigma sobre la enfermedad como entidad morbosa específica, se hicieron importantes descubrimientos anatómicos y fisiológicos y se describieron muchas enfermedades infecciosas, que medraron en un contexto de progresivo empobrecimiento del campesinado y de persistente hambre y desnutrición.

El siglo XVI supuso la apertura de muchos horizontes: geográficos (descubrimiento de nuevos mundos), intelectuales y morales (Renacimiento tardío), religiosos (reforma), económicos (inicio de la agricultura capitalista y la economía-mundo), políticos (del feudalismo al Estado moderno y los imperios) y científicos (descubrimientos científico-técnicos). La influencia de estos cambios sobre la salud, la sanidad y los cuidados fue indudable. Sin embargo, muchos procesos de cambio que se iniciaron en este siglo, no fueron claramente visibles hasta los siglos XVII y XVIII.

Concepto de salud y enfermedad 

El concepto de enfermedad como entidad morbosa y las primeras nosologías o taxonomías patológicas no aparecen hasta el siglo XVII. La revolución clínica, que permitió un mejor conocimiento del cuerpo enfermo y sus alivios, no se dio hasta el siglo XVIII. Sin embargo, en el XVI ya se vislumbraban algunos cambios que empezaron a cuestionar el concepto naturalista y mágico-religioso imperante de salud y enfermedad. A pesar de estos destellos empíricos y protocientíficos, que se describirán más adelante, la realidad es que en el XVI, según Lindeman[1], seguía imperando un concepto humoral y ambiental, que consideraba que las enfermedades eran específicas de las personas.

Como ya vimos en la primera entrada, estaba basado en el conocimiento transmitido por los textos de Hipócrates (450-370 AC) y Galeno (129-200 DC), accesibles a través de traducciones latinas o árabes[2]. Las enfermedades se explicaban por la ruptura del equilibrio de los cuatro humores básicos (bilis negra, bilis roja o amarilla, sangre y flema), que además tenían cualidades específicas (frialdad y humedad en el caso de la flema, frialdad y sequedad en la bilis negra, etc.). El origen de estos desequilibrios estaba en los estilos de vida del paciente (ejemplo, excesos dietéticos) o el cambios en condiciones ambientales (excesiva lluvia o exceso de calor estival) o astrológicas (una conjunción especial de los planetas). También se entendía que había una mayor predisposición a ciertas enfermedades determinada por la complexión o temperamento personal que se relacionaba con las cualidades de los humores (colérico, sanguíneo, etc.).

El tratamiento era el restablecimiento del equilibrio perdido, generalmente mediante el drenaje del exceso de humores (por las sangrías, purgas o enemas) y de medidas dietéticas e higiénicas individuales. La prevención se fundamentaba en la moderación en las seis cosas naturales (aire; sueño y vigila; comida y bebida; descanso y ejercicio; excreción y retención; pasiones y emociones). Este naturalismo no solo estaba presente en la cultura dominante, sino también en la cultura popular campesina, heredera de antiguas concepciones paganas naturalistas y panteístas, como se ve en la cosmología del molinero Menocchio, descrita por Carlo Ginzburg[3].

Estas concepciones humorales y naturalistas se combinaban con las ideas mágico-religiosas. La enfermedad era producto del pecado y las epidemias eran castigos divinos por la impiedad colectiva o del monarca. Según Cameron[4], el siglo XVI fue la edad de oro del ocultismo europeo, incluyendo la astrología, la magia, la teosofía o la cábala (figura 1.) Así, los estudiantes de medicina para diagnosticar y tratar bien, tenían que aprenderse el efecto de los movimientos de los cuerpos celestes, no solo sobre el clima y las cosechas, sino sobre la salud de las personas y animales. 

Figura 1 : Alquimistas preparando triaca (medicina milenaria a la que se atribuía virtudes mágicas para curar todos los males). Fuente: ilustración del libro «Liber de arte distillandi de compositis» (1512) del cirujano y alquimista alemán Hieronymus Brunschwig (1450-1512).

Descubrimientos anatómicos

En el siglo XVI destacan figuras revolucionarias que rompieron con la tradición humoralista, practicaban las disecciones anatómicas y pusieron en duda el conocimiento escolástico establecido, como Paracelso[5] (1493-1541), médico suizo-alemán, alquimista y filósofo, que lo escenificó quemando públicamente los libros de Galeno y Avicena[6]. En 1543 el médico flamenco, Andrea Vesalio (1514-1564), que después llegó a servir en las cortes de Carlos V y Felipe II, publicó De Hominis corpórea fabrica (figura 2) que defendía una anatomía empírica que cuestionaba muchos conceptos clásicos de Galeno. En el mismo siglo se situaban los importantes descubrimientos del médico aragonés Miguel Servet (1509/1511-1553) sobre la circulación sanguínea cardiopulmonar, posteriormente completados por el médico inglés William Harvey (1578-1657), o los del médico, matemático y astrónomo francés  Jean Fernel (1497-1558) que acuñó el término fisiología para describir las funciones humana[7]. El mejor conocimiento del cuerpo humano, que después de Vesalio tuvo a otros médicos anatomistas cuyos apellidos bautizarían órganos internos (Gabriele Falopio, 1523-1562; Bartolomé Eustaquio, 1500-1574), permitió un posterior avance de la clínica y la epidemiología. 

Figura 2: Izquierda: retrato de Andrés Vesalio, procedente de su obra «De humani corporis fabrica» (sobre la estructura del cuerpo humano), atribuido a Jan van Calcar (1499-1546). Derecha: lámina anatómica de la obra, editada en 1543 en 7 volúmenes.

El perfil epidemiológico del XVI

El perfil epidemiológico de principios de la Europa Moderna no varió mucho respecto a la medieval: muy altas mortalidades infantil y materna, resultantes en una baja esperanza media de vida, y que eran atribuibles al impacto de enfermedades infecciosas, desnutrición, problemas obstétricos, accidentes y diferentes formas de violencia (guerras, conflictos civiles, asesinatos y ajusticiamientos). El 50% de la mortalidad se producía antes de los 10 años[8] y la esperanza media de vida se estimaba (en la Inglaterra del XVI y XVII) entre los 35 y 40 años, mayor en el caso de las élites[9]. El siglo XVI se considera el de máxima mortalidad de la Edad Moderna, que descendió progresivamente desde finales de XVI hasta el 1800, para después volver a subir hasta la primera mitad del XX[10].

Enfermedades infecciosas y epidemias

A pesar de que en el siglo XVI no imperaba la concepción de las enfermedades como entidades, como se ha dicho antes, en este siglo empiezan a individualizarse, describirse y bautizarse muchas de las enfermedades infecciosas y a adelantarse teorías sobre su transmisión. Destaca la obra pionera del geólogo, geógrafo, óptico y médico italiano Girolamo Fracastoro (1478-1553) que estudió y le dio el nombre actual a una de las enfermedades más letales del XVI, la sífilis[11], antes llamada morbus gallico por su asociación con las primeras guerras de la monarquía francesa en Italia en 1494-1495. Desde Nápoles[12] se extendió a lo largo del XVI por toda Europa, y en 1530 ya estaba ampliamente aceptada su transmisión sexual, lo que contribuyó a las medidas de control de burdeles y mujeres que ejercían la prostitución. Se establecieron hospitales específicos para sifilíticos desde finales del XV, donde se extendió el uso de tinturas de mercurio. Sea por estas medidas o por la inmunidad poblacional alcanzada,  en el XVI se redujo la letalidad de esta enfermedad[13]

Entre las nuevas enfermedades que preocuparon en el siglo XVI, está el llamado sudor inglés o hiperhidrosis, síndrome gripal de origen desconocido (probablemente vírico), que produjo brotes epidémicos con una importante mortalidad en Inglaterra (1484, 1517, 1528, 1551) y posteriormente en el centro y este de Europa (de 1528 a 1551). La fiebre tifoidea, descrita en 1546 por Fracastoro, que en España se denominó tabardillo, ya había diezmado las tropas castellanas del asedio de Granada (1489-1490), las francesas del asedio al Nápoles imperial (1529) y, posteriormente, tendría una gran presencia en la Guerra de los 30 años. Se llamó también Fiebre de las cárceles, porque se cebaba en los prisioneros, y Black Assizes en Inglaterra, por los brotes en los juzgados a partir de los presos. En 1553 Giovanni Filippo Ingrassia, describe la fiebre escarlata, diferenciándola del sarampión. 

La viruela, ya conocida desde la Edad Media, tuvo en el XVI un impacto terrible en América (donde cruzó a principios de 1520), Asía y África, pero moderado en Europa y limitada a la infancia, describiéndose epidemias en Italia y Francia (1570-1588). En 1557-1558 se declaró la primera pandemia europea de malaria, también ya conocida en el Medievo, que en el siglo XVII se exportaría al Nuevo Mundo. En el XVI también emergería de forma epidémica en Europa la difteria, que barrió especialmente España e Italia, y cuya clínica fue descrita detalladamente en este siglo. La tuberculosistisis fue muy común en el siglo XVI, probablemente por la creciente urbanización, estimándose que fue responsable de un 20% de la mortalidad general. Después de la terrible epidemia del XIV, la peste negra tuvo apariciones más esporádicas y limitadas, como el brote de Venecia de 1567-1577 que produjo 50.000 muertes. La lepra en apogeo en los siglos XII y XIII, retrocedió en Europa a partir del XIV[14] [15].

Hambre y enfermedades nutricionales 

A pesar que el XVI fue un siglo de crecimiento demográfico en Europa (un 28% de incremento de población entre 1500 y 1600), fenómenos de expolio de tierras, como los cercamientos (enclosures), las frecuentes guerras, la subida de precios de alimentos, especialmente cereales (multiplicados entre 3 y 6,5 veces), no compensada por subidas de jornales, o el riesgo importante de pérdidas de ingresos ante contingencias (muerte, accidentes, invalidez), hizo que aumentaran los indigentes registrados en los archivos municipales. Los trabajadores asalariados sufrieran un progresivo empobrecimiento a medida que el siglo avanzaba, no librándose de la amenaza constante de hambre y desnutrición[16].

Los brotes de ergotismoignis sacer, “mal de los ardientes” o “fuego de San Antonio”, tan abundantes en la Baja Edad Media, siguieron presentes en el XVI, aunque con menor frecuencia, como se aprecia en el cuadro “Bailarines de San Juan de Molenbeek” (1592) de Pieter Bruegel “el Joven” (figura 3). En 1596 W. Thelius, un médico alemán, después de una epidemia de ergotismo en Hesse (Alemania), atribuye por primera vez la enfermedad al consumo del grano contaminado. En 1597, la Facultad de Medicina de la Universidad de Marburgo precisa que la causa es la ingesta de pan elaborado con harina de centeno contaminada por el cornezuelo del centeno[17].

Figura 3: Los “Bailarines de San Juan de Molenbeek” (1592), de Pieter Bruegel “el Joven”, quien pintó la danza del ergotismo (o fuego de San Antonio), a partir de los dibujos de su padre. Fuente: LOZANO SÁNCHEZ, Francisco S., “Epidemias por ergotismo o fuego de San Antonio. Historia, ciencia y arte”. Revista de Medicina y Cine, 16(e) (2021), pp. 207–236.

El escorbuto (o muerte negra del mar) provocó la muerte de decenas de marinos en el viaje de Vasco de Gama de 1498 o en el de Jaques Cartier al Canadá de 1535. Ya a mediados del XVI se documenta el valor de los vegetales frescos y el zumo de frutas por los holandeses, aunque el uso preventivo de zumos de limones y naranjas por las tripulaciones navales no se impondrá  hasta finales del XVIII[18].  


[1] LINDEMAN, Mary, Medicina y Sociedad en la Europa Moderna, 1500-1800, Siglo XXI Editores, Madrid, 2001, pp. 1-3.

[2] Entre ellas, las de Avicena, médico persa de finales del siglo X, o de Averroes y Maimónides, médicos andalusíes del siglo XII.

[3] GINZBURG, Carlo, El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI, Península, Barcelona, 2021.

[4] CAMERON, Euan, El siglo XVI, Crítica, Barcelona, 2006, pp. 144-145.

[5] Su nombre real y completo era Teophrastus Phillippus Bombastus von Hohenheim.

[6] RIBOT, Luis, La Edad Moderna (XV-XVIII), Marcial Pons, Madrid, 2019, p. 229.

[7] Lindeman, 2001, pp. 63-68.

[8] Según Lindeman, 2001, p.19:  la mortalidad infantil era de 150 a 250 casos por cada 1.000 nacimientos, con grandes variaciones geográficas y ocupacionales.

[9] Clio Project. https://clio-infra.eu

[10] Lindeman, 2001, p. 175.

[11] En su poema Syphilis sive morbus Gallicus (1530), que imita el estilo de las Geórgicas de Virgilio, Fracastoro cuenta la historia del pastor Syphilus que es castigado con el mal francés, aprovechándolo para describir, en elegantes versos en latín, los síntomas, curso y tratamiento de la enfermedad. Rosen, 1993, p. 73.

[12] Los franceses la llamaron Mal de Nápoles.

[13] ROSEN, George, “Mercantilism, absolutism, and the health of the people (1500-1750)”, en: A History of Public Health, The Johns Hopkins University Press, Baltimore, 1993, pp. 72-74.

[14] Rosen, 1993, pp. 57-87.

[15] Lindeman, 2001, pp. 33-68.

[16] Cameron, 2006, pp. 28-34.

[17] LOZANO SÁNCHEZ, Francisco S., “Epidemias por ergotismo o fuego de San Antonio. Historia, ciencia y arte”. Revista de Medicina y Cine, 16(e) (2021), pp. 207–236. 

[18] Rosen, 1993, pp. 68-69.

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