Vivir y Morir en los Barrios Bajos del Sur de Madrid (1893-1914)

Por Javier Segura del Pozo
Médico salubrista

Como vimos en la anterior entrega (La mortalidad en los barrios bajos de Madrid (I) 1893-1914 (2ª parte: el mapa de 1914 de Cesar Chicote), los estudios de la mortalidad de principios del siglo XX muestran una rotunda sobremortalidad en los llamados barrios bajos, situados al sur de la ciudad. Estos estaban incluidos en 3 distritos: Latina, Inclusa y Hospital, y se extendían a ambos lados del borde sureño de la antigua cerca de Felipe IV  (el eje viario de las Rondas de Atocha, Valencia, Toledo y Segovia).  Por dentro estaban los barrios bajos más antiguos (es el territorio actual de las zonas alrededor de Atocha, Lavapies, El Rastro, Puerta de Toledo, San Francisco el Grande y Latina); y por fuera de la cerca, los barrios del antiguo arrabal sur, que en esa época estaba en proceso de crecimiento, determinado por el planeamiento del Ensanche Sur y la fuerte presencia del ferrocarril (Santa Maria de la Cabeza, Gasómetro, Peñuelas, Imperial, etc., que corresponde al actual distrito de Arganzuela). Repasaremos las diferencias de mortalidad según algunos autores (Philip Hauser, Luis Diaz Simón, Cesar Chicote) e intentaremos encontrar la relación con las difíciles condiciones de vida de las clases populares que habitaban en estos barrios.

La Ribera de Curtidores (El Rastro) a finales del XIX. Fuente: Pinterest

MORIR EN LOS BARRIOS BAJOS DEL SUR

Repasemos como eran las tasas brutas de mortalidad en los barrios de estos tres distritos en 1905, según la investigación de Luis Diaz Simón, y cuales eran los barrios que destacaban:

TABLA 1: Mortalidad general por barrios en los distritos de Latina, Hospital e Inclusa en 1905 . Fuente: Luis Diaz Simón, «Los barrios bajos de Madrid, 1880-1936». Los libros de La Catarata, 2016. Datos obtenidos a partir de Estadística demográfica del año de 1905. Madrid: Imp. Municipal, 1906. Ayuntamiento de Madrid. He resaltado en rojo los 7 barrios con mortalidad máxima (>43 x 1.000) y en verde el único barrio con mortalidad mínima (menos de 15 x 1.000).

Madrid, Mortalidad General, 1905
Latina
Nº Habitantes Nº Defunciones Defunciones por cada 1000 habitantes
Aguas 5497 241 44,65
Alfonso VI 7582 208 27,43
Arganzuela 6309 197 31,23
Ayuntamiento 4460 106 23,77
Calatrava 5924 255 43,05
Cava 6131 162 26,42
Humilladero 4099 181 44,15
Imperial 4929 211 42,81
San Francisco 6856 213 31,06
San Isidro 5883 135 22,95
Total 57572 1909 33,16
Hospital
Nº Habitantes Nº Defunciones Defunciones por cada 1000 habitantes
Argumosa 6679 183 27,4
Delicias 5533 162 29,28
Doctor Fourquet 6367 443 69,58
Jesús y María 5424 181 33,37
Lavapiés 5335 206 38,61
Ministriles 5627 168 29,86
Pacífico 5889 82 13,92
Primavera 5303 207 39,03
Santa María de la Cabeza 5687 317 55,74
Torrecilla 5848 136 23,26
Total 57692 2085 36,14
Inclusa
Nº Habitantes Nº Defunciones Defunciones por cada 1000 habitantes
Amazonas 6968 164 23,54
Cabestreros 6747 762 112,94
Caravaca 5830 205 35,16
Duque de Alba 5438 94 17,29
Gasómetro 4756 158 33,22
Huerto del Bayo 4885 226 46,26
Marqués de Comillas 5520 112 20,29
Miguel Servet 5239 200 38,18
Peñuelas 5241 178 33,96
Rastro 4767 203 42,58
Total 55391 2302 39,98

Como se puede ver en la tabla de arriba, según el estudio de Luis Diaz,  los tres distritos (Hospital, Inclusa y Latina) tenían en 1905 unas tasas medias brutas de mortalidad muy por encima de la media de la ciudad: 36,1, 40,0 y 33,2 por 1.000, respectivamente. Una parte de esta sobremortalidad podría atribuirse a que se ubicaban en ellos los principales hospitales y dispositivos benéfico-asistenciales (el Hospital General y el Hopital de la Pasión en el distrito de Hospital, la Inclusa, en el distrito de Inclusa; fuera solo quedaba el Hospital de la Princesa, en el distrito de Universidad, y el Hospicio), donde morían muchas personas que residían en otros distritos y que se atribuían a estos. De hecho, la ubicación del Hospital General en el barrio del Doctor Fourquet y de la Inclusa en el barrio de Cabestreros, podrían explicar parte de la elevada mortalidad de estos barrios reflejada en la tabla anterior.

Hospital General de Madrid, en la Glorieta de Atocha. Actualmente; Museo de Reina Sofia. Fuente: Pinterest.

Sin embargo, cuando se hace el filtro de las muertes por lugar de residencia, como tuvo la paciencia de hacer Hauser con las muertes registradas durante el septenio de 1893-1900, el ranking de distritos sigue indicando a estos tres distritos entre los de máxima mortalidad, seguido en cuarto lugar por el distrito de Universidad, donde se encontaban los que hemos bautizado como “barrios bajos del norte” [1]

TABLA 2. Mortalidad por distritos de residencia, Madrid, 1893-1900. Tasa de mortalidad bruta corregida por lugar de residencia y no lugar de muerte. Fuente: Hauser, Madrid bajo el punto de vista médico-social. Editora Nacional. Tomo 1º, Pag 532

TABLA 3: Mortalidad por distritos agupados en tres categorías (minima, media y máxima). Fuente: Hauser, Madrid bajo el punto de vista médico-social. Editora Nacional. Tomo 1º, Pág 533

  1. Este patrón espacial de mortalidad encontrado por Hauser para el ultimo septenio del siglo XIX (1893-1900) y por Luis Diaz Simón en su estudio por barrios de 1905 [2] , persiste en el estudio que hace Cesar Chicote [3], comparando la mortalidad por barrios en 1914, categorizándolos en cinco (muy insalubres, insalubres,  poco salubres, salubres y muy salubres), tal como se ve en este mapa hermosamente sintético:

FIGURA 1: Mapa de “Los barrios y su mortalidad” 1914. En Cesar Chicote. “La vivienda insalubre en Madrid”. Imprenta municipal Ayuntamiento de Madrid. Madrid, 1914. Pag 26-27. En negro los barrios muy insalubres (mortalidad > 35 x 1.000) y en verde los barrios muy salubres (mortalidad <17 x 1.000). Los números de los grandes círculos corresponden al numero de los distritos y los pequeños a los de los barrios.

Los barrios muy insalubres (Mortalidad > 35 x 1.000), coloreados en color negro en el mapa anterior, se concentran manifiestamente en los 3 distritos del sur de la ciudad y son listados en la tabla siguiente.

TABLA 4: Barrios muy insalubres (su mortalidad excede de un 35 por 1.000) en 1914. En: Cesar Chicote. “La vivienda insalubre en Madrid”. Imprenta municipal Ayuntamiento de Madrid. Madrid, 1914. Pag 28. Los números en negrilla corresponden a los de los distritos y los siguientes (sin negrilla) a los números de los barrios, que corresponden en el mapa anterior a los grandes y pequeños círculos respectivamente

Cómo veis, aunque 9 años después hay algunas variaciones en el ranking, los barrios con mayor mortalidad se repiten en ambos estudios (el de Luis Diaz de 1905 y el de Cesar Chicote de 1914): son los barrios bajos que se extienden en la ladera sur de la ciudad hasta el río Manzanares, a ambos lados de la antigua cerca y del viario de las Rondas. Por ello, el principal factor que explicaba la sobremortalidad en estos barrios, no era tanto la ubicación de hospitales o la Inclusa, sino, como veremos a continuación, las características sociales de sus habitantes y las duras condiciones de vida que tenían que soportar. Es decir, el mayor morir de los barrios bajos estaba determinado por el peor vivir de estas clases populares.

VIVIR EN LOS BARRIOS BAJOS DEL SUR

¿Cómo eran las condiciones de vida en los barrios bajos? ¿Podían explicar un mayor riesgo de enfermar y morir? Analizaremos los siguientes aspectos:

  • Vivienda
  • Clase social, ocupación e ingresos
  • Alimentación
  • Exposición a focos de insalubridad
  • Condiciones de trabajo
  • Acceso a servicios sanitarios

Vivienda

Hauser, y otros salubristas de la época, ya quisieron buscar el origen de la sobremortalidad en la baja calidad de la vivienda en estos barrios bajos, atribuyéndolo sobre todo a la abundancia de viviendas colectivas (tipo corrala) y por el hacinamiento en las mismas, en comparación con los viviendas de los barrios altos donde habitaban las clases más pudientes (situadas en los distritos de Congreso y Buenavista):

“[En el Madrid de principios de siglo] se podía observar por un lado las grandes riquezas, los suntuosos palacios, los jardines pintorescos y toda clase de manifestaciones del lujo, signos de opulencia, por otro lado los barrios miserables y sombríos, donde se albergaban multitud de familas pobres, hacinadas en cuartos estrechos y lóbregos, y que tienen que arrastar una existencia llena de privaciones, encontrando dificultades no solo para encontara el pan diario, sino para respirar el aire puro tan necesario a la vida de todos los seres humanos”[4]

Casa de vecindad en la calle Ercilla 14 (distrito de Inclusa). Fuente: Cesar Chicote. “La vivienda insalubre en Madrid”. Imprenta municipal Ayuntamiento de Madrid. Madrid, 1914.

FIGURA 2: Mapa de Hauser del grado de hacinamiento por distritos en el Madrid de 1898, según el número mayor de habitantes de las casas de vecindad (ver tabla de abajo). Fuente: Hauser, Madrid bajo el punto de vista médico-social. Madrid, 1902. Editora Nacional. Tomo 1º, Pag 332. Aunque no lo menciona claramente, parece que son datos del Padrón municipal 1898

TABLA 5 : Relación entre el número de habitantes por casa en general y el de las casas de vecindad en particular, en cada uno de los distritos municipales de Madrid en 1898. Fuente: Hauser, Madrid bajo el punto de vista médico-social. Madrid, 1902. Editora Nacional. Tomo 1º, Pag 331. Aunque no lo menciona claramente, parece que son datos del Padrón municipal de 1898

Las viviendas de los barrios bajos eran un riesgo para la salud, no solo por el hacinamiento (relación superficie/habitantes), sino por la insuficiencia de ventilación, iluminación, saneamiento, abastecimiento y por la exposición a la humedad y a las temperaturas extremas (la principal fuente de calefacción eran las prendas de abrigo y la leña se usaba sobre todo para cocinar).

Clase social, ocupación e ingresos

Los jornaleros urbanos y los trabajadores manuales no cualificados tenían una importante presencia en los barrios bajos, especialmente entre los inmigrantes recién llegados a estos barrios, atraidos principalmente por el bajo precio de la vivienda. En la tabla de abajo del libro de Hauser se ve como los distritos con mayor numero de jornaleros son los correspondientes a los barrios bajos y sus arrabales del sur: Latina, Inclusa y Hospital, seguido del distrito de Universidad (barrios bajos y arrabales del norte)

TABLA 6: Número de jornaleros, empleados cesantes, vendedores ambulantes,  casas de vecindad y sus habitantes, en cada uno de los distritos municipales de Madrid en 1898. Fuente: Hauser, Madrid bajo el punto de vista médico-social. Madrid, 1902. Editora Nacional. Tomo 1º, Pag 326. Datos de la rectificación del Empadronamiento municipal de 1898.

Mozo de cuerda. Madrid, hacia 1925. El “soguilla”. Autor: Alfonso. Ser mozo de cuerda era una de las ocupaciones mas duras de los jornaleros. 

Como se puede comprobar en el grafico de abajo, obtenido del libro de Luis Diaz Simón, los jornaleros y peones sin oficio representaba casi la mitad de las ocupaciones de los barrios bajos de Madrid, habiéndose reducido mucho el peso de los artesanos. Esta jornalerización fue fruto de la fuerte inmigración de campesinos de finales del XIX, expulsados de las zonas rurales castellanas por la hambruna y la estructura oligárquica de propiedad de las tierras, y atraídos a Madrid principalemnte por el auge de la construcción (fruto de las nuevas viviendas de los Ensanches y de las obras publicas, como el Canal de Isabel II o el ferrocarril).

FIGURA 3: Principales grupos de la estructura ocupalcional masculina y femenina en los barrios bajos de Madrid, 1905. Fuente: Luis Diaz Simón. Los barrios bajos de Madrid, 1880-1936. Los libros de La Catarata, 2016

Lavanderas en el rio Manzanares (Carabanchel Bajo). Madrid, 1923. Fuente: Pinterest

En el caso de las mujeres, la mayoria de las vecinas de los barrios bajos encontraban solo trabajo en el servicio domestico (44,7%), o como lavanderas, costureras o nodrizas. La expansión de las clases medias (comerciantes, funcionarios del Estado, oficiales del ejercito y empleados de oficina bien situados) incrementaron la demanda de sirvientas. El 80% trabajaban en régimen de internado [5]. El trabajo femenino tenia un papel fundamental en la economía doméstica y de la ciudad. Como actualmente, la mayoría de las mujeres hacían doble jornada y sus trabajos estaban bastante invisibilizados en las estadísticas oficiales.  Además del trabajo doméstico, las mujeres hacían:  tareas domesticas en otros domicilios (sirvientas, nodrizas, etc), en el propio (costureras, planchadoras, etc), en los lavaderos urbanos y del rio (lavanderas), en la venta ambulante o en mercadillos (incluidas las campesinas de los pueblos próximos que entraban diariamente en Madrid a vender sus productos o servicios: hueveras de Fuencarral, hortelanas de Leganés, panaderas de Vallecas o lavanderas de Hortaleza) , como traperas o seberas (recogida de trapos o sebo a domicilio), en los talleres (como aprendizas o familiares del maestro), en el comercio (dependientas), en los servicios educativos (escuelas de niñas) o en los servicos sexuales [6].

Estaban también empleadas en las escasas grandes fabricas (Soldevilla, Gal, etc). La Tabacalera de Embajadores fue la principal industria de Madrid empleadora de mano de obra femenina. Sus obreras eran un grupo muy cohesionado que alcanzaron un gran prestigio y peso social en estos barrios bajos, y fueron protagonistas de las primeras movilizaciones laborales femeninas madrileñas [7].

Video Las Cigarreras. Tabacalera. calle Embajadores 51.  Madrid, ciudad de las mujeres.

La media del jornal diario de las sirvientas era de 55 céntimos en 1905 y las jornadas eran de unas 16 horas [8] . Un jornalero ganaba en torno a las 2,5 pesetas por un día de trabajo, siendo algo mayores (3-4,5 ptas/dia) entre los artesanos y trabajadores cualificados, que tenian mayor presencia en los barrios dentro de la cerca que en los del Ensanche sur [9] Casi un 70% de los modestos ingresos de los jornaleros se dedicaban a la alimentación, un 10% iba para el alquiler de la vivienda, otro 10% para vestuario y el 10% restante para combustible, jabón, etc.[10]

Evidentemente, estos salarios limitaban mucho los barrios donde podían vivir las clases trabajadoras, debido a las diferencias en el precio de los alquileres entre los barrios «bajos» y «altos» de Madrid; lo cual explica la correlación estadística entre mortalidad y viviendas con alquileres ínfimos (menos de 15 pesetas por mes) por barrios, como veremos en otra entrega.

Alimentación

La amenaza diaria del hambre estaba omnipresente en los barrios bajos, la desnutrición y la malnutrición eran muy frecuentes, y lo que hoy llamamos “inseguridad alimentaria”, era la norma. Para huir del hambre, cada dia había que buscar el trabajo, pues por lo general no estaba asegurado al día siguiente (por eso se llamaban jornaleros) o recurrir a “la busca” (de otros recursos que revender). El pan era la base de alimentación de las clases populares, motivo por el que las subidas del precio del pan fueron los principales detonantes de las rebeliones populares. El “pan blanco de ración” (de trigo candeal) estaba reservado a las clases altas. Los jornaleros se tenían que conformar con “el pan bajo” (más oscuro, por tener mas contenido en salvado). El kilo de pan de trigo en el Madrid de 1915 costaba 0,44 pesetas y el jornal medio entonces era de 3,16 pesetas [11].

Actividad de «Busca» en un vertedero de las afueras de Madrid a participamos del siglo XX. Fuente: Pinterest

La comida diaria era el “potaje viudo” (sin carne): puchero de legumbres (generalmente, garbanzos), verduras , patatas, tocino y huesos. Tambien las ensaladas de hierbas. Ocasionalmente, el bacalao y el chocolate estaban presentes en la dieta, y excepcionalmente, la carne. Al final del siglo XIX, un huevo costaba 0,08 pesetas, al igual que un kilo de patatas. Un kilo de carne costaba una peseta y una botella de vino de Valdepeñas 0,40 pesetas [12]. Según los estudios del índice del coste de la alimentación en España (incluye toda la población, no solo las clases populares) de 1890-1907, el peso (%) de cada alimento en el coste de la dieta diaria era el siguiente: pan de trigo 0,45; garbanzos 0,10; arroz 0,05; aceite 0,03; vino 0,07; carne de vaca 0,10 y patatas 0,20 [13].

Exposición a focos de insalubridad

Los salubristas de la época, como Hauser, intentaban también explicar la sobremortalidad de los barrios bajos por la exposición de sus habitantes a focos de insalubridad, como pozos negros (en calles desprovistas de alcantarillado) y  muladares. También daban mucha importancia a la proximidad al Rastro y otros mercadillos donde se almacenaba y vendia ropa usada, trapos y enseres viejos de personas que habían muerto, a través de los cuales se pensaba que podían transmitirse fácilmente las enfermedades. Por ello, había una autentica obsesión higienista por desinfectar los vestidos, enseres viejos y casas de los enfermos, cuando se producían epidemias.

TABLA 7 : Número de calles sin alcantarillados y muladares, en cada uno de los distritos municipales de Madrid en 1898. Fuente: Hauser, Madrid bajo el punto de vista médico-social. Madrid, 1902. Editora Nacional. Tomo 1º, Pag 334. Datos de la rectificación del Empadronamiento municipal de 1898.

Además la llegada del abastecimiento de agua al interior de las viviendas fue un lujo que al principio solo estaba al alcance de algunas de las nuevas y modernas casas del barrio de Salamanca. Lo habitual era traer el agua desde las fuentes públicas, siendo escasa el agua que se dedicaba a la higiene corporal.

Los barrios bajos además estaban próximos a los mercados municipales de carnes, pescados y verduras (1º en el Rastro, luego en Puerta de Toledo y, después, en Legazpi), que dejaban restos y vertidos orgánicos en las vias publicas (dejaban «un rastro» de sangre), generaban una abundante industria auxiliar de despojos (visceras, pieles, huesos, etc) y atraían múltiples vectores (roedores, moscas, etc) de riesgo para la salud pública. Para rematar, en los barrios bajos, especialmente en los del arrabal sur (actual distrito de Arganzuela), es donde se situaban los vertidos del alcantarillado a cielo abierto en el rio Manzanares (incluidos los del matadero municipal)

Condiciones de trabajo

El predominio del trabajo jornalero frente al artesanal supuso una disminución de los mecanismos de protección que aportaba el sistema gremial  (empleo y salario estable, carrera laboral, fondos comunes frente a enfermedades, accidentes o entierros, tiempo de ocio reconocido, identidad colectiva, sociabilidad reconocida en las cofradías, lugar de vivienda cerca de lugar de trabajo, etc). El liberalismo promocionó la disciplina del trabajador frente a la supuesta ociosidad de los gremios, y la competencia para conseguir el jornal diario, entre la masa de campesinos que inmigraron huyendo del hambre y que era una inagotable fuente de mano de obra barata[14].

Jornaleros descansando frente a una obra en Madrid. 1905. Fuente: Charles Chausseau-Flaviens, recogida en el libro de Luis Diaz Simón. Op. cit. pag 155

El trabajo de la construcción en las nuevas calles del ensanche, en las obras del ferrocarril o del canal de Isabel II, era un trabajo duro con largas jornadas, a las que se enfrentaban los trabajadores en situación de malnutrición, como vimos antes. Frecuentemente, tenían además que hacer largas trayectos a pie desde sus casas en los barrios bajos, hasta el tajo en los nuevos barrios del Ensanche. El desgaste físico y la ausencia de protección laboral suponían grandes riesgos de accidentes laborales, con la consecuente invalidez o muerte del trabajador.  En los talleres y pequeñas industrias la exposición a tóxicos (plomo en las imprentas, productos químicos para el curtido de pieles en las tenerías alrededor del Rastro etc.) era frecuente. El trabajo infantil no era una excepción (en talleres, muladares, etc).

Niño trabajando en el curtido de pieles en las antiguas tenerías. Fuente: Borja Carballo, Rubén Pallol y Fernando Vicente. «El Ensanche de Madrid. Historia de una capital» UCM Editorial Complutense, Madrid, 2008, pag 402.

Las trabajadoras tenian que afrontar la carga de la doble jornada y la compatibilidad de su trabajo reproductivo con el productivo, mayoritariamente en la economía informal. Por otra parte, según algunos autores, el 60% de las chicas que entraban a trabajar como sirvientas en la capital a comienzos del siglo XX acababan siendo «víctimas de la seducción de alguno de sus señoritos«. El acoso sexual y la violación de las sirvientas estaba casi institucionalizado como medio de iniciación sexual de los hijos de la burguesía y contaban con una importante impunidad social y judicial [15].

Acceso a la sanidad

Hasta la creación de las casas de socorro municipales en la ultima mitad del XIX (las 4 primeras las crea la Beneficencia municipal en 1858,  despues de la epidemia de cólera de 1854, principalmente en edificios hospitalarios eclesiásticos, situados en las calles Silva 43, Hortaleza 140, Olivar 36 y calle de La Palma; en 1895 ya hay 10 casas de socorro que cubren los 10 distritos [16]), la atención médica ambulatoria solo estaba reservada a las clases pudientes.

Casa de Socorro del distrito Centro en la calle Navas de Tolosa 10. Actualmente Centro Madrid Salud Centro. Fuente: Memoria de Madrid, foto anterior a 1932.

Las clases populares solo tenían acceso a la asistencia en los hospitales que fueron creados durante el Antiguo Régimen, más con una función de recoger al pobre y hambrieto que de curar al enfermo. Ingresar en ellos por cualquier causa era un gran riesgo de muerte, pues se descuidaban los mas elementales cuidados higienicos para controlar la transmisión intrahospitalaria de las enfermedades infecciosas. Este contagio causaba especialmente estragos en épocas de brotes epidémicos (Colera, Malaria, Sarampion, Tuberculosis, Fiebre tifoidea), durante los cuales los hospitales, en vez de un recurso de control, eran un nodo de difusión del brote entre los habitantes de los barrios bajos. Estos dispositivos benéfico-asistenciales eran autenticos morideros, y por ello eran evitados a toda costa por las clases acomodadas que solian recibir atención médica y morir en sus propias casas. De hecho, el Hospital General y la Inclusa se ubicaban en parte en los barrios bajos porque la mayoría de sus usuarios eran vecinos y vecinas de los mismos.

La Inclusa tenia unas tasas de mortalidad cercana al 80% (!!!) de las criaturas acogidas. En el Hospital General y en el Hospital de la Princesa, morían, según estimaciones de Hauser, el 15% de los ingresados. Sin embargo, había que tener en cuenta que el Hospital General también acogía, como decía Hauser: “(…) a enfermos que tiene más hambre que enfermedad, conocidos bajo el nombre de calandrias, y que, permaneciendo algún tiempo en el establecimiento, salen después para volver a entrar otra vez. No cabe duda si pudiéramos deducir estos enfermos ambulantes, resultaría todavía una mortalidad mayor [entre los ingresados por enfermedad en el Hospital General]” [17]

Fachada de la Inclusa de Madrid a principios del siglo XX. Ocupaba una manzana entre las calles Embajadores y Mesón de Paredes. Fuente: Pinterest.

A ello tenemos que añadir la alta mortalidad de los niños acogidos en el Hospicio (situado en esta época en el llamado Hospicio de San Fernando, de la calle Fuencarral, correspondiente al edificio actual del Museo de la Ciudad de Madrid), donde la mortalidad de los niños entre 5-10 años era del 80 por 1.000 (frente al 16 por 1.000 de la mortalidad en Madrid de este tramo de edad).

La preocupación por la altisima mortalidad infantil en los barrios bajos, principalmente por diarreas infantiles, empujó a los higienistas de la época a la organización de una red de consultorio de niños lactantes, conocida bajo el nombre popular de Gotas de Leche, cuyo servicio abarcaba el control medico de los niños de crianza, la entrega de biberones esterilizados llenos de leche a las mujeres que no pudieran amamntar a sus hijos, además de una intensa actividad educativa a las madres. Se inspiraban en las Consultations des nourissons de Francia y Belgica. El primero se inauguró el 22 de enero de 1904 en el numero 83 de la calle San Bernardo (el consultorio del Dr. Ulecia y Cardona), seguido de otro público en la casa de socorro municipal del distrito de Palacios, sita en la plaza de Cristino Martos. A partir del impulso de médicos de la beneficencia muncipal, como el Dr. Dionisio Gomez Herrero, aumentó el presupuesto de esta consulta municipal de niños pobres, hasta crearse el 14 de febrero de 1913 el Instituto Municipal de Puericultura en el mismo edificio. Entre 1920 y 1925 se abrieron 3 nuevos consultorios sucursales en los distritos de Latina (calle Bailen), Universidad (calle Bravo Murillo) y Palacio (Puente de Segovia). La central de la calle Cristino Martos se trasladó al Rastro (Campillo del Nuevo Mundo), donde todavía actualmente se puede admirar su fachada [18].

Instituto Municipal de Puericultura, en la plaza del Campillo del Nuevo Mundo (Rastro). Fuente: Memoria de madrid, foto anterior a 1932.

Para la lucha contra las enfermedades infecciosas también se crean otros dispositivos municipales: el Instituto Municipal de Seroterapia en 1917, especializado en la lucha antidiftérica y una red de dispensarios antituberculosos municipales (el 1º fue creado en diciembre de 1908 en la calle Tutor, y pocos meses después en la calle Goya y en la calle de la Cabeza). Hasta entonces, solo funcionaba el pionero consultorio privado del ilustre tisiólogo y salubrista Dr. Verdes Montenegro, abierto desde 1901 en la Policlínica Cervera de la calle Jorge Juan, es decir en los distritos habitados por las clases más acomodadas. La lucha antituberculosa se complementó con sanatorios antituberculosos populares. El Real Sanatorio de Guadarrama, inaugurado en 1917, no era accesible a la economía de los habitantes de los barrios bajos. Por ello, se construyó el Real Sanatorio de Nuetra Sra de las Mercedes en la Casa de Campo, en el termino de Humera (1916)  y el Real Sanatorio Pupular Victoria Eugenia en el monte de Valdelatas (1917)  [18].

La conjunción de esta acción medico-social contra la diarrea infantil y las enfermedades infecciosas, además de la llamada de los salubristas a las autoridades municipales a mitigar las miserias condiciones de vivienda y salubridad de los barrios bajos, junto con la mejora del nivel de vida de las clases populares, a partir de finales de la década de 1910, principalmente merced a su lucha política y sindical (toma de conciencia de la explotación, organización política y sindical, presencia de concejales de partidos obreros, acciones de huelgas y manifestaciones, etc), trajo un importante descenso de la mortalidad infantil y de la mortalidad general durante la década de 1920´.

Manifestación convocada por el Partido Socialista Obrero Español en la Puerta del Sol. 1914. Fuente: Pinterest.

Conclusiones

La sobremortalidad en los barrios bajos de Madrid se puede explicar por una mayor concentración de trabajadores y trabajadoras en estos vecindarios, cuyos pobres ingresos les abocaban a deficientes condiciones de crianza, vivienda, alimentación y acceso a la sanidad, además de la exposición a graves riesgos laborales (largas jornadas, accidentes laborales, exposición a tóxicos, acoso sexual) y ambientales (focos de insalubridad), más presentes en estos barrios bajos y en los lugares de trabajo de sus habitantes. En resumen, nacer en una familia de los barrios bajos suponía tener mas probabilidades de enfermar y morir prematuramente, que si nacías en los barrios altos. Sus habitantes eran víctimas, desde la cuna a la tumba, de lo que hoy llamamos las desigualdades sociales en salud, y que, como veremos en las últimas entregas de esta serie, siguen estando presentes, más de un siglo después, en los barrios bajos de Madrid.

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Esta entrada forma parte de la serie La mortalidad en los barrios bajos de Madrid (1893-2012) de las que se han editado hasta ahora las siguientes entradas:

I. La mortalidad en los barrios bajos de Madrid (1893-1914)

1ª parte: el mapa de 1905 de Luis Diaz Simón

2ª parte: el mapa de 1914 de Cesar Chicote

3ª parte: Vivir y morir en los barrios bajos del sur de Madrid

4ª parte: Un paseo por los barrios bajos de Madrid con mayor mortalidad: Santa María de la Cabeza.

II. La mortalidad en los barrios bajos de Madrid (2009-2012)

 


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

[1] Hauser, «Madrid bajo el punto de vista médico-social». Editora Nacional. Pags 532-533

[2] Luis Diaz Simón. Los barrios bajos de Madrid, 1880-1936. Los libros de La Catarata, 2016, pag 144-168

[3] Cesar Chicote. “La vivienda insalubre en Madrid”. Imprenta municipal Ayuntamiento de Madrid. Madrid,

[4] Hauser, Op. cit.

[5] Luis Diaz Simón, Op. cit. 165-173

[6]. Jesus Agua de la Roza y Victoria López Barahona. Apuntes del curso de «Historia de las clases populares en Madrid: siglos XVIII-XX» Enero-junio 2017. Fundación 1º de Mayo, CC.OO & Taller de Historia Social de la UAM ( http://www.historiasocial.org/?publicacion=1 )

[7] Borja Carballo, Rubén Pallol y Fernando Vicente. «El Ensanche de Madrid. Historia de una capital» UCM Editorial Complutense, Madrid, 2008, pag 429.

[8] Esmeralda Ballester Doncel: “Una estimación del coste de la vida en España, 1861-1936” Revista de Historia Económica. Año XV. Primavera-verano 1997, numero 2, pag 374. Accesible en: https://e-archivo.uc3m.es/bitstream/handle/10016/2040/RHE-1997-XV-2-Ballesteros.Doncel.pdf?sequence=1

[9] Fernando Vicente, “El Ensanche Sur. Los barrios negros (Arganzuela 1860-1931)”. Ediciones La Catarata. 2015

[10] Esmeralda Ballester Doncel, Op. cit. pag 374

[11] Ibidem, pag 385

[12]  Jose Luis Diaz de Liaño Argüelles, Juan Enrique Díez Ortells. “Madrid, la capital se hace ciudad: Economía, sociedad y arte en Madrid en los siglos XIX y XX” ECOBOOK, 2016

[13] Esmeralda Ballester Doncel, Op. cit. pag 373

[14]. Jesus Agua de la Roza y Victoria López Barahona. Op. cit.

[15]. Luis Diaz Simón. «Sirvientas violadas: los delitos sexuales en el servicio doméstico». En: «Los barrios bajos de Madrid, 1880-1936». Los libros de La Catarata, 2016, pag 173-179

[16] Julio Gutierrez Siesma. «La Beneficencia Municipal Madrileña: un recorrido por la historia». Ayuntamiento de Madrid. Madrid, 1994

[17]. Hauser, Op. cit. Pag 431

[18] Luis Diaz Simón. «Salud para todos». En: «Los barrios bajos de Madrid, 1880-1936». Los libros de La Catarata, 2016, pag 180-219

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